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Política y fútbol

AMANDO DE MIGUEL

26·01·2016

HE AQUÍ LAS dos grandes instituciones que llenan el espacio de los medios de comunicación, el tiempo de las conversaciones, el interés del público. Cuando lleguen los extraterrestres a visitarnos, se quedarán maravillados de que dediquemos tantas energías a esos dos grandes espectáculos. Tanto la política democrática como el fútbol fueron en su origen dos inventos de los ingleses. Tuvieron éxito. El fútbol es un deporte prácticamente universal; también lo es el deseo de parecer demócratas. Tanto la política como el fútbol mueven enormes cantidades de dinero, de influencia. 

En ambas instituciones se fomenta el “forofismo”, esto es, “los nuestros valen más que los otros”. En consecuencia, las “estrellas” tienen que destacar en los dos campos. Son las figuras más renombradas de los medios, los que merecen más fotografías, más entrevistas, más reportajes, más comentarios. Hay tertulias especializadas en fútbol y en política, que acaparan interminables discusiones. El fútbol y la política son dos vías de hacerse uno rico legalmente sin especiales merecimientos académicos. 

Tanto la política como el fútbol se resuelven en una forma de lucha simbólica en la que se pierde o se gana. Por eso se manejan tantas analogías bélicas: militancia, campaña, ataque, acoso, ariete, contrarios, disparo, capitán, derrota, victoria, retaguardia, defensa, etc. La idea de perder o ganar es la característica primordial del juego, sea de azar o de ocio. De ahí la rivalidad. La expresión “nosotros ganamos” genera un placer indecible, pero más que nada porque el otro ha perdido. El plural no corresponde sólo a los jugadores o los combatientes sino a la población que está detrás. 

El fútbol y la política necesitan espectáculos masivos (mítines o partidos de fútbol) en los que se grita, se agitan banderas y otros símbolos. Eventualmente se insulta y hasta se agrede. Es el reino de la emoción. Hay algo irracional en todo ello. Por lo mismo, la adscripción a un club de fútbol o a un partido político hace que se convierta en un signo de identidad de los respectivos socios o militantes. 

No es fácil cambiar de militancia de un partido o de pertenencia a un club de fútbol. Aunque pueda parecer extraño, a veces se determinan por herencia o al menos por la coherencia con el círculo de amigos. A través de la política o el fútbol, una persona se sabe integrada en la sociedad, se siente pertenecer a un colectivo valioso. 

En una época de fuerte secularización como la nuestra, la política y el fútbol acaban siendo religiones sustitutivas y, a veces, fanáticas. 



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