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Han caído los dos

Heredia y Viúdez han sido apartados de los puestos de poder que ostentaban en Cajamar durante la última asamblea de la entidad 


Bartolomé Viúdez (izda) y José Luis Heredia
Miguel Ángel Sánchez / 12·05·2016

“Para que un conflicto sea justo es preciso anunciarlo y declararlo, y que tenga por fin la restitución del bien perdido". La frase del honorable e íntegro Marco Tulio Cicerón, uno de los padres de la oratoria universal, senador y hasta cónsul de la República de Roma, recoge a la perfección el comportamiento y el fin periodístico perseguido por ACTUALIDAD ALMANZORA en el ‘Caso Cajamar’. 

La reciente renovación del Consejo Rector de La Caja, el pasado día 27 de abril, en la que el histórico de la entidad Juan de la Cruz Cárdenas dejaba la Presidencia en favor de Eduardo Baamonde, encierra múltiples claves que no deberían pasar desapercibidas ni para los medios de comunicación ni para la opinión pública. 

Siendo cierto que Cajamar es una entidad de crédito que se sustenta en sus 1,3 millones de cooperativistas y casi 4 millones de clientes, la envergadura del acorazado bancario español con sede en Almería y sus innegables y beneficiosas influencias en la vida económica provincial y de otras regiones, especialmente Murcia, hacen que las cuestiones de orden interno tengan un interés social. Más aún cuando la batalla por el poder que se ha registrado en su cúpula a raíz de las informaciones publicadas por este medio en la mayor de las soledades profesionales, ha dado lugar a la rendición condicionada de unos y la victoria matizada de otros. 

Leyendo las múltiples crónicas que sobre el evento sucesorio han reflejado todos los medios de Almería, sugieren, simplemente sugieren, que el presidente se ha ido forzado. ¿Cómo interpretar si no su frase “Un paso atrás para facilitar el diálogo con otras cajas” con que la Voz de Almería y otros medios informativos recogían el motivo de su retirada? Cualquiera capta que si el “paso atrás” facilita “el diálogo con otras cajas”, su permanencia lo vetaba. Así de simple. 

Por lo demás, apenas media línea, en informaciones que ocupaban dos páginas, para referirse a la sustitución de José Luis Heredia como director General por un señor de Abla llamado Francisco José González. Para el huercalense Bartolomé Viúdez, ni una letra. Ninguno de los dos recibió una escueta mención de agradecimiento, si bien el acto fue escenificado para que todo pareciese un relevo normal; tan normal que se les preserva del despido y se les da una jubilación en el Consejo Rector, al que acudirán una decena de veces al año y cobrarán por cada reunión 600 euros. Cifras, influencia y poder muy alejadas de lo que hasta el 27 de abril representaban. 

Porque siendo el Consejo Rector el máximo órgano de La Caja, en realidad los hombres de acción eran Heredia y su ayudante Viúdez. Gran parte del cotarro estaba en sus manos. Y el cotarro no tiene buen aspecto. 

Si los resultados de 2015 reflejan que Cajamar posee activos propios por valor de más de 40 mil millones; si Cajamar gestionó este pasado año 68.419 millones; si concedió 32.396 millones en créditos; si se afirma que su balance general se incrementó en un 7,2% ¿cómo interpretar que sus ganancias se limiten a 40 millones de euros? Demasiado riesgo para tan pobrísimo resultado. Es como si alguien se juega un millón de euros para obtener un céntimo de rentabilidad. Con esos datos oficiales, la oscilación en una milésima colocaría a La Caja en pérdidas, si es que no lo está ya y son abultadas. Por ello, no pocos cuestionan reservadamente estas cifras, en la creencia de que sólo maquillan una realidad que conocen bien los que se marchan y de la que tiempo tendrán para tomar conciencia los que entran. 

La influencia en estos infelices resultados de José Luis Heredia y Bartolomé Viúdez es evidente; dos personas que seguramente el incontinente y agudo Pérez Reverte situaría en la lista de los hombres que no piensan en que van a morir. Reverte diferencia la especia humana entre los que son conscientes de que la vida, cualquier clase de vida, tiene un final, y los que nunca reflexionan sobre ello porque se creen o actúan como si fueran inmortales. Los primeros saben que hay que rendir cuentas, mientras los segundos se creen en los campos de la impunidad, fuera del alcance de las consecuencias de sus actos. 

Seguramente empezaron a suponer la existencia del alfa y la omega, del principio y del fin, cuando sintiéndose intocables comprobaron que los cimientos en los que se asentaba su poder vibraban. Al principio tibiamente, sin que saltaran las alertas, convencidos de su capacidad para controlar unas informaciones que destapaban los enriquecedores negocios que, aunque privados, les venían dados por la posición que tenían. Nunca, nadie, jamás les habría aceptado como socios sin riesgos en operaciones con beneficios millonarios, si en sus manos no hubiera estado la facultad de conceder créditos; préstamos que, a la postre, resultaban fallidos y reportaban a la entidad para la que trabajaban, y les pagaba muy bien, activos tóxicos. 

Heredia y Viúdez, tengo la sensación, nunca se plantearon que un día las cosas se acaban y que alguien podría pedirles “por el bien de La Caja”, explicaciones. 

A medida de que las informaciones de ACTUALIDAD ALMANZORA afinaban en la descripción de sus acciones, y los sólidos anclajes que les sostenían amenazaban con romperse, el miedo, esa sensación desconocida que hasta entonces sólo sufrían otros; esa emoción que sólo ellos eran capaces de provocar en los demás, se adueñaba de los dos. 

Sería tan impropio dar los nombres de las decenas de personas que con mejores y peores intenciones se han acercado hasta esta redacción para tratar de ‘parar’ las publicaciones, como propio el denunciar las maniobras, presiones y cepos que algunos han puesto a este periódico, y su radio hermana, para silenciar lo que todo el mundo debía saber. 

“Me ha hecho mucho daño, el mayor. Nunca se lo perdonaré”, decía Bartolomé Viúdez refiriéndose a mí, a todo el que le quisiera escuchar. Cada vez que oía decir esas frases a las ‘correas transmisoras’ que me enviaban –me permito decir que en ocasiones del mayor nivel imaginable para un discreto informador de comarca-, de inmediato pensaba en cómo él y Heredia han ninguneado al medio que represento, seguros de que un modesto periódico de pueblo, pese a su insolencia profesional, nunca podría llegar a franquear la enorme muralla defensiva mediática creada por ellos mismos, para que sus nombres y sus caras sólo apareciesen sonrientes en las fotos que inmortalizaban las firmas de convenios y obras sociales de La Caja. 

Debían estar seguros, bien a resultas de sus reflexiones, bien como consecuencia de su incompetente asesor de comunicación, que la paz, la quietud de sus posiciones en esa especie de ciudadela que es la Dirección General, jamás se iba a ver perturbada. Pero se equivocaron. Despreciaron la filosofía, la madre del Conocimiento, y centraron sus vidas en los números, en lo periférico, en lo efímero. Despreciaron o subestimaron los engranajes del alma, los otros resortes que mueven a los hombres y que no se pueden contar como los billetes. Otra vez inconscientes de que nacemos para morir, que todo es finito y que recibes lo que das. “La existencia se parece a una pared de frontón, siempre devuelve la pelota con el mismo efecto que la lanzas”, me dijo un hombre sabio, mayor, que conoció la fama y el aplauso de sus vecinos. 

Es precisamente eso de tener la cabeza llena de números y de alejarse de la lírica de la vida, el desprecio por lo ajeno, lo que les ha llevado por el camino de la ignorancia, la partera de las torpezas. Y también sus hechos, los que les definen como personas. Ellos, sólo ellos, se definieron. El periodista no es culpable. ¿Serán capaces algún día de entenderlo? 

El medio te llama y tú cuelgas el teléfono; el medio te pregunta y publica y tú haces del silencio virtud, mientras decenas de miles de personas se escandalizan de tus andanzas por las encandilantes sendas de las riquezas entre dudosas compañías y simpatías incompatibles. 

Al final, han caído los dos. Pronto sus sombras desaparecerán de los espacios que antes llenaban de artificiosa luz. Las grandes mesas con manjares, el estatus, los teléfonos siempre hirviendo, las invitaciones, ya nada quedará de la vida a todo tren porque ellos no eran ellos, eran lo que representaban. Se acabaron los cortejos, no más séquitos. Se van los aduladores, se quedan los arruinados, los que ni olvidan ni perdonan. 

En el mejor de los casos, las cegadoras lámparas se apagarán y se extenderá un manto oscuro. En el peor, aún hay mucho que contar y gentes dentro y fuera de la Entidad dispuestas a no correr más velos y preguntar el porqué. El daño a Cajamar se ha hecho. Fueron directores del más alto generalato, pero también especuladores en compañía de grandes deudores de La Caja, los mismos que les llenaron los bolsillos. 

Así que no es de extrañar que a la hora de cobrar el finiquito no haya habido ni una palabra de aliento, ni un agradecimiento, sólo la puerta de salida hacia una retirada sin ruidos, el destierro a cargos decorativos que ya no deciden y desde los que no es posible trastocar la pulcra imagen que La Cooperativa debe irradiar. 

Baamonde, “el conflicto justo” lo iniciamos nosotros, ahora te toca a ti recomponer el jarrón y “la restitución del bien perdido”, que dijo Cicerón.

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