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Alfonso y Mari Toñi bailan canciones de Iggy Pop

SAVONAROLA

18·07·2016


La historia del cine, amadísimos hermanos, comenzó el 28 de diciembre de 1895, pero no se trataba de ninguna broma. ¡Qué noche la de aquel día en que los hermanos Lumière proyectaron a un público, entre atónito y estupefacto, la salida de los obreros de una fábrica francesa, la demolición de un muro que no estaba en Berlín ni en el Almanzora y, además, la partida de un barco de un puerto que tampoco era el de Garrucha. 

Desde entonces, caros míos, no es que este anciano y astroso fraile se haya prodigado en exceso por las salas de exhibición, pero he de admitir que de vez en cuando he asistido al cinematógrafo, y en las circunvoluciones de mi viejo cerebro han quedado grabadas muchas escenas y películas enteras aún. 

Y no creáis que me quedé en el mundo del blanco y negro y en los Tiempos modernos de Charlie Chaplin, o en los de sus coetáneos Harold Lloyd y Buster Keaton, más conocido aquí como ‘Pamplinas’. Sin ir más lejos, hoy me ha venido a la cabeza una película posterior incluso al cinemascope, de la que os voy a contar alguna escena y creo que la vais a reconocer. 

¿Os acordáis, hijos míos, de Alien y de su nave espacial de transporte comercial llamada Nostromo? El artefacto espacial regresaba a la Tierra de vuelta del planeta Thedus, con un remolque de veinte millones de toneladas de mena de un mineral precioso. Los miembros de la tripulación estaban en un estado de sueño criogénico aguardando una señal para despertar, y cerca de casa creían navegar cuando revivieron mientras transitaban por una región fuera de nuestro sistema solar. 

Pero no temáis, amadísimos hermanos en Cristo, que no os contaré la película entera. Os diré que, tras una serie de peripecias en las que algunos de los astronautas que tripulaban la nave llegaron hasta la luna de otro planeta, descubrieron una cápsula que almacenaba larvas de criaturas extraestelares en su interior. 

Uno de estos tripulantes, creo recordar que atendía por Kane, comenzó a asfixiarse convulsivamente hasta que una criatura monstruosa emergió violentamente de su pecho, matándolo en el acto. A partir de ahí se sucedían una serie de acciones propiciadas por la codicia de la empresa propietaria de la nave Nostromo, empeñada por fás y por nefás en que volvieran inmediatamente a la base para no perder la embarcación ni su millonaria carga, y la resistencia de la suboficial Ripley, cuya prioridad era deshacerse del monstruo antes que llegar a la Tierra. 

Finalmente, la heroína de la historia consiguió enviar al monstruo al espacio y, en las escenas finales, se la ve entrando en el estado inicial de hipersueño junto con su gato antes de su retorno a nuestro planeta azul. 

Yo, cada vez que recuerdo a ese monstruo que surge y revienta el pecho del bueno de Kane, no puedo evitar pensar en el puerto que nace desintegrando y sajando a Garrucha del mar en que vino al mundo en esta tierra, nuestro planeta azul, como el color de la zona que ha decidido instaurar en el aparcamiento nuestro amigo Alfonso, esa suerte de doctor Jekyll o mister Hyde, jefe de la Autoridad Portuaria en nuestro querido Levante o, simplemente, humilde empleado de la misma, según para lo que se trate. Educado cuando le parece o demonio de Tasmania ante débiles pescadores jubilados a los que amenaza y conmina a quemar sus barcos, como si su comportamiento cortés les obligara a tener que conducirse como el conquistador extremeño don Hernán. 

Sí, mis dilectos y fieles feligreses. La última ocurrencia de don Alfonso Hyde no ha consistido en procurar a los paganos usuarios de los puertos de su competencia alguno de los servicios por los que cobra pero no presta, no. 

El chiste, si es que tuviera alguna gracia, ha sido el de cobrar por aparcar en la explanada del puerto. En este justo momento de la homilía, hermanos míos, es necesario que os recuerde que el laborioso pueblo de Garrucha no hizo jamás oposición a la construcción de un embarcadero. Antes bien, lo celebró. La cesión no escatimaba el suelo que hiciera falta para tan necesario menester y se llegaron a acuerdos recíprocos cuando la Junta de Andalucía dijo de ampliar la dársena. Una de estas contraprestaciones era la de dotar al pueblo de una playa en su poniente. 

La playa prometida ha sido numerosas veces reivindicada por el Consistorio de la Villa, pero con ningún éxito hasta ahora. Tampoco llega el recinto ferial, la estación de autobuses, etc. Mas, por fin, don Alfonso Jekyll ha hecho aparecer en Garrucha la primigenia playa ofrecida, aunque don Alfonso Hyde la ha convertido en una playa de peaje. 

Mientras tanto, la ciudadanía sin noticias de la alcaldesa López. Tal vez Mari Toñi, de la mano de nuestro Alfonso Jekyll, baile cantando a voz en grito The Passenger, aquella canción de Iggy. 

“Todo se ha hecho / para ti y para mí. / Porque sólo nos pertenece a los dos, / así que vamos a dar una vuelta y / ver lo que es nuestro”, cantan a dúo Alfonso y Mari Toñi mientras embadurnan sus cuerpos con carne cruda y mantequilla de cacahuete y se cortan las venas con botellas rotas, como hacía Iggy, La Iguana, en sus tiempos mozos. 

Y es que, mis queridísimos hermanos, como podría haber dicho Manrique, nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir cuando la autoridad portuaria anda por medio. Vale.


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