Anuncio superpuesto

Aviso Cookies

espacio


Radio Online

Botones

MEDITACIONES SOBRE LA CRISIS (4): ¿Cómo la vemos?

CLEMENTE FLORES MONTOYA

16·05·2017
En un lugar de Etiopía, hace unos cinco millones de años, una hembra entre un pequeño grupo de primates, seguramente para llamar la atención, haciendo equilibrios se puso a andar erguida apoyándose en las dos patas traseras. Resultó tan llamativa que…
…Un macho se acercó a ella imitando la forma de andar y a partir de ese momento, Ardi, que era como se llamaba la hembra, no volvió a moverse a cuatro patas. Fue tal el impacto producido que desde entonces comenzó a pensar, y pensando y repensando, sólo consiguió entrar en una crisis depresiva porque su cerebro era muy pequeño (unos 300 cm3) y no estaba preparado para ello. 
Todos los descendientes de Ardi durante más de cinco millones de años, no han dejado de imitarla utilizando el cerebro y forzando continuamente su capacidad para mejorar su rendimiento, para lo cual se han visto obligados a añadirle continuamente piezas y conexiones hasta ocupar un volumen cinco veces superior al de Ardi. Y a partir del cerebro límbico de Ardi y en conexión con él -hasta el punto de que no sabemos cuál es cuál y hasta dónde llegan los límites de cada uno-, se desarrolló a lo largo de millones de años otra parte adosada, el llamado cerebro racional, que hoy tenemos nosotros y que nos intenta dominar sin poder conseguirlo enteramente. 
El fenómeno no tiene trazas de pararse, porque los hombres se quejan cada día de lo mucho que olvidan y se lamentan muchas veces por su “mala cabeza”, pero los cambios que se necesitan y que reclamamos, se hacen de forma muy lenta y gradual, tras muchas mutaciones y recombinaciones genéticas, tal vez debidas al azar.  Por eso, el hombre es una creación que está a medio hacer y, como Ardi, en una continua crisis que en este aspecto, sólo se hace llevadera porque cada generación de hombres ocupa, en la cadena humana, un tiempo infinitamente más pequeño que el que tarda una mutación en hacerse visible. 
Durante todo el tiempo que hemos vivido esta inmensa etapa evolutiva y tras un considerable desarrollo cerebral, el hombre ha conseguido dejar y transmitir información sobre su vida a sus descendientes, sin hacerlo exclusivamente a través de sus genes, como hacía Ardi. Así apareció la cultura, que primero se transmitió de forma oral y luego de forma escrita, de dibujos, de pinturas, de imágenes, de sonidos o de códigos diversos. Es junto a nuestros genes lo único personal que nos sobrevivirá eternamente.
La cultura ha servido al hombre para unirse a otros hombres, incluso anteriores y posteriores a su tiempo, y le ha permitido luchar para conseguir dominar las enfermedades, disfrutar de los muchos placeres de la vida y lograr crear una máquina que, en algunos aspectos, es superior al cerebro humano porque evalúa 200 millones de jugadas de ajedrez por segundo y ha ganado al campeón del mundo Gary Kasparov.
La cultura, esa misma cultura, ha servido al hombre para montar guerras con millones de muertos, armas de destrucción masiva con capacidad para exterminar a todos los hombres que hay sobre la faz de la tierra y métodos para producir sufrimientos a nuestros semejantes, que superan toda la maldad imaginable.
Una sola neurona de las que el hombre ha creado en su cerebro racional puede contar con diez mil ramas o conexiones que rastrean toda la información almacenada en su entorno cerebral. Para elaborar una idea o tomar una decisión, nuestro cerebro puede activar miles de neuronas y millones de archivos donde están recogidos los datos que hacen posible una respuesta única. Somos capaces de imitar algunas cosas de nuestro cerebro y plasmarlas en lo que hoy llamamos inteligencia artificial, pero no somos capaces de entender cómo funciona nuestra mente. Nuestras respuestas no pueden ser totalmente predecibles ni están totalmente exentas de componentes aleatorios ni totalmente controladas por el cerebro racional. Nuestro cerebro racional no puede actuar con total independencia del cerebro límbico y por eso el ser humano actúa muchas veces de forma irracional.
En una entrega anterior de esta serie escribí que puesto que la organización política y jurídica de la sociedad tiene que estar adaptada al proceso de producción, ambas organizaciones y la ideología que las sustenta derivan y están condicionadas en última instancia por la tecnología y el funcionamiento, por tanto es mejor si la causa y los efectos coinciden en el tiempo. Cuando esto no ocurre, escribía yo, se origina una crisis debido en parte y precisamente a la asincronia
Esta forma de explicar los cambios peca a mi juicio de ser una visión demasiado determinista que, en los casos que ha sido admitida de forma extrema, ha hecho cometer grandes errores a bastantes líderes de ideología comunista totalitaria. El éxito y el mayor valor de esta teoría radica en que se trata de un intento de simplificación de los hechos que resulta muy aclaratoria, pero que no es “toda la explicación” de cómo y por qué suceden las cosas en la realidad. 
Pretender concluir que los avances sociales históricos en política, arte, filosofía o moral se deben a la evolución de una única causa y que ésta radica en la organización del sistema de producción y la propiedad de los medios de producción, es decir, en la organización económica, es una osadía y una arrogancia intelectual que en su momento fue una gran aportación metodológica contra la concepción que se tenía de la historia y que, como veremos todavía, en algunos casos se quiere mantener.
Si bien es cierto que las sociedades evolucionan y se transforman fundamentalmente en función del sistema productivo, no es menos cierto que pueden hacerlo bajo la presión de otros condicionantes como el medio geográfico, las características demográficas, la cultura, las creencias, la fortaleza de las instituciones, la moral o el grado y la extensión del conocimiento de las ciencias aplicadas.
Hasta elaborar la teoría economicista de la historia los diversos historiadores habían puesto su foco de atención para explicar el grado de desarrollo, la producción de bienes e incluso la tecnología empleada en cada caso; en diversos factores, como los que acabamos de enumerar, atribuyéndoles una importancia que el tiempo se ha encargado de cuantificar “a la baja” aunque no haya que dejar de valorar, como acabamos de escribir, la importancia de su influencia en los hechos.
Así, los primeros economistas atribuyeron al medio geográfico y a los recursos naturales, la base de la riqueza económica de las naciones. Las teorías de los padres de la economía Smith o Ricardo, se han quedado sin valor cuando, por ejemplo, puede comprobarse que un moderno país, la ciudad-estado, como Singapur, de sólo 700 km2 de superficie y algo más de cinco millones de habitantes, es un centro neurálgico del comercio mundial y el tercer país con mayor renta per cápita del mundo. Figura entre los primeros países del mundo en todos los índices de educación, sanidad, transparencia política y competitividad económica.
Algo parecido ocurre con las razas, que es un factor al que históricamente se dio una importancia atribuyendo ciertas superioridades de unas sobre otras, que el tiempo se ha encargado de desmentir y de lo que es buena prueba el hecho de que el expresidente de los Estados Unidos, elegido democráticamente, fuese de raza negra.
La religión o la moral que puede guiar hábitos de consumo en el vestir, en la alimentación o en las relaciones personales, como la igualdad o distinción de sexos, pueden ser condicionantes, pero cada día son menos determinantes. El comportamiento basado en las creencias, que no en la ciencia, es tanto más importante en la vida social de un pueblo cuanto menos civilizado es.
Más importancia tiene el papel del Estado, que en determinados momentos se transformó en el motor de los cambios y pilotó el crecimiento económico, introduciendo medidas correctoras para luchar contra la desigualdad y la pobreza. Hoy el Estado ha perdido parte de su soberanía con la globalización y la multilateralidad de las relaciones súper estatales.
Más que nunca podemos concluir que la conducta humana no está condicionada con reglas de validez universal y que continuamente, y hoy más que nunca, se ve modificada por los avances del conocimiento y de las tecnologías al uso. La percepción de los hechos está sujeta y se basa en juicios de valor, y ello nos crea inseguridades porque la estructura económica no es estática y los efectos de los cambios se producen y perciben de forma asincrónica.
Los juicios de valor que dependen de nuestra estructura mental están condicionados por nuestro sistema de valores y ello nos condiciona y nos puede distorsionar el enfoque de los problemas.
Hace unos días tuve ocasión de contemplar unos cuadros de Juan Genovés, pertenecientes a una serie donde se repite la imagen de una multitud de personas que se mueven en un espacio sin direcciones ni referencias precisas. Son visiones a vuelo de pájaro, de un tremendo realismo, que difícilmente dejan al espectador indiferente, sino que le producen atracción, inquietud y desasosiego. La mayor sorpresa la tuve al comprobar, acercándome mucho a las pinturas, que lo que yo creía una pintura hiperrealista estaba realizada a base de pequeñas manchas de tintas multicolores amorfas que vistas más de cerca no producían emoción alguna. 
Asociando la idea caigo en la cuenta de que gran parte de las crisis personales tienen su origen en que falla nuestro punto de vista y somos un mal espejo para nosotros mismos y para lo que nos rodea. Al camino de la racionalización que emprendimos con Ardi le queda mucho por andar y quizás por eso no logramos desprendernos de la crisis.



No hay comentarios :

Publicar un comentario

 
© 2014 Comunicación Vera Levante, S.L. Todos los derechos reservados
Aviso legal | Privacidad | Diseño Oloblogger
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...